Es, sin lugar a dudas, uno de los grandes de la fotografía actual. Utiliza la ficción y los recursos narrativos del cine para recrear, de manera onírica y surrealista la vida cotidiana. Sus imágenes son el resultado de una impecable planificación en la que nada queda al azar. Desde los decorados construidos para la ocasión, a los cuidados diseños de vestuario, todo recuerda a una gran producción cinematográfica.

Pero si algo sobresale en sus trabajos, es la cuidada iluminación. La atracción que sobre él ejerce la «condición poética del crepúsculo y su poder de convertir lo ordinario en algo mágico y sobrenatural», condiciona su trabajo, dando un papel protagonista a la ambientación lumínica. Así, esta siempre goza de una fuerte personalidad y de un carácter onírico.

Para este artista neoyorquino, la magia de la fotografía se basa en la fuerza de ese «momento congelado», donde no hay un antes ni un después. Es la fuerza narrativa de ese inquietante «suceso silencioso sin resolver», lo que atrae a Crewdson.

Hijo de un psicoanalista, de pequeño acostumbraba a escuchar las sesiones de su padre a través de la pared. Hecho que, según él mismo afirma, ha marcado su obra. Y al ver sus imágenes podemos palpar las angustias, miedos  y ansiedades de los personajes que habitan sus fotografías. Protagonistas reprimidos en actitudes inexplicables, que nos recuerdan los cuadros de Edward Hopper o las películas de David Lynch.